domingo, 12 de junio de 2011

Y los sueños...

Y allí me encontraba. Rodeado de abetos centenarios, repletos de musgo desde el tronco hasta la copa. Ella sonreía. Sus cabellos pelirrojos ondeaban con el viento mientras que sus dientes resplandecían de una manera sobrenatural. Sus ojos ocultaban algo extraño.
Eché a correr. Corría lo más rápido que podía.
Me detuve en seco. Por alguna sencilla razón yo me sentía atrapado por aquellos cabellos, esos dientes, sus ojos…
Regrese sobre mis pasos. La cogí en brazos y me salí corriendo por tercera vez. Ni el verde de los árboles ni la luz cegadora del sol me detenían. No miraba el trayecto que hacia. Solo tenía ojos para ella. Sus ojos verdes tenían una luz especial. El destello mismo de los dioses. Aquel mismo destello fue el que me llevo a regresar. Su cara desprendía felicidad. Pero una felicidad extraña, una felicidad amarga. Como si estuviese consiguiendo algo prohibido o algo imposible. Me detuve de repente al observar que el camino se cortaba. Nos encontrábamos frente a un precipicio. En aquel instante lo recordé todo. Ese era el lugar en el que yo la ví por primera vez. Ella sonrió, cogió impulso y saltó delicadamente hacia el abismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario